Ahora comienza la época en que los proveedores de abalorios
de mi niñez llenaban sus almacenes. En aquellos años, yo decía que iba a buscar
garbanzos para hacer collares, pulseras, diademas… Ahora ya sé que se llaman escaramujos
y que son el fruto del rosal silvestre o, Rosa canina, como Linneo la bautizó.
En mi infancia, en primavera, distinguía dos clases de
zarzales silvestres: los buenos, que daban ruchos o brotes comestibles y
los malos, cuyos brotes desechábamos porque estaban amargos. Estos últimos eran los de la zarzamora, de la especie Rubus
fruticosus.
La Rosa canina, además de alegrarnos la primavera con sus vistosas flores blancas
o rosas, resulta que también tiene aplicaciones culinarias y cosméticas. De sus
pétalos se puede obtener el agua de rosas y el aceite de rosas, según los
medios que utilicemos para destilar su esencia. No entraremos en detalles
porque serían demasiado largos para un post.
Por si fuera poco lo que nos ofrecen sus flores, las bayas o
frutos de este rosal silvestre, parece que son otra maravilla, no sólo en cocina:
hace cosa de un mes, me aseguraron que de ellos se obtienen mermeladas y
confituras deliciosas. Para ello, lógicamente, hay que armarse de paciencia y
de un cuchillo bien afilado y cortarlos por la mitad. Corté 4 ó 5 pero lo único
que hice fueron unas fotos…lo del dulce ya… demasiado tiempo, porque lógicamente, además de lavarlos y
cortarlos, hay que quitarle las pepitas
pilosas que tiene en su interior, etc.
Parece que son una fuente importantísima de vitamina C.
Durante la 2ª guerra mundial, salvaron del escorbuto a muchos europeos. Además
se está investigando su potencial como antiinflamatorio para las artritis y
problemas circulatorios, amén de otras propiedades en dermocosmética.
Es decir, mi fuente
de “joyas” en la infancia, está resultando ser toda una joya natural